miércoles, 21 de diciembre de 2016

Leer al revés.

El señor Bush, liándola mil veces
menos de la que luego la líó.
Probablemente una de las imágenes más icónicas de George W. Bush sea en la que está leyendo en un aula un cuento titulado America del revés. Se dice que está trucada, pero eso es absolutamente irrelevante, lo importante es que esa imagen se instaló en nuestro imaginario porque de algún modo la asociábamos a pensamientos que teníamos sobre sus aptitudes que aún no eramos capaces de materializar. 

Pero ojalá lo hubiera leído al revés. Fantaseo con lo poderoso que sería que realmente hubiera contado America a la inversa: Empezando por la victoria del racismo declarado para acabar hablando de las etnias independientes. Imagino la fuerza poética que haría tenido leer al revés su mandato desde el triunfalismo de la Guerra a la inocencia de no haberse planteado aún quién es tu enemigo. 
Imagino leer toda la Historia al revés, y no sólo cronológicamente, sino malentenderlo todo a sabiendas, darle la vuelta a las deducciones del progreso de la manera más inocente posible. Me tienta imaginar que había pasado si hubiéramos leído la relación entre estética y poder hacia el otro lado. Así, no habíamos estetizado el poder mediante el fascismo y sus derivados, no nos habríamos preocupado tanto sobre la imagen de armonía que se proyectaría hacia afuera mientras la maquinaria que la produce está pudriéndose en secreto. No habría habido grandes líderes auráticos, como las obras en los museos, no habría habido tantos símbolos elocuentes y incontestables.
Ya sabemos que es un prodigio técnico, pero
esto tiene un nombre que no es sólo "Arte".
 Imagino, sin embargo, lo emocionante que sería haber politizado la estética, y hablar de que El rapto de Proserpina de Bernini encierra en su prodigiosa técnica un proyecto de soberbia, que inteligentemente, opta por una composición en forma de hélice para obligar a que el espectador gire en torno a la obra mirando cada una de sus caras. Ahí ya estaba. Ese paternalismo con el espectador, esa disposición de la técnica para impresionar, para ejercer el control, ese aura que después tomarían los espacios políticos del siglo XX se podía haber leído mucho antes. Pero los espacios se aíslan, y se relacionan de formas turbias, otorgando al poder el carácter estético y congelando el componente ideológico de las actitudes estéticas que nos haría cuestionar ese poder. Queda todo atado y bien atado.
Sueño con decir la palabra "violación" delante de esta obra, como un grito espontáneo, y no congelarla enclautrándola como una mera escultura en mármol. Pero los espacios se han contaminado al revés, y hay fotos de políticos sonrientes, cuentas corruptas. Por eso George W. Bush es un visionario.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Mindundis.

Durante el Renacimiento, los pintores estaban muy envidiosos del trato que recibían los escritores. Al dedicarse estos segundos a un trabajo que se englobaba dentro de las artes liberales estaban libres de pagar ciertos impuestos y se les reconocía como intelectuales dignos de reverencia. Los pintores, para remediar esta situación, se dedicaron a redactar teorías que evidenciaran el trabajo intelectual que requería la representación plástica para salir del estrato de artesanos que compartían con zapateros o herreros, que eran unos mindundis. Y así, la pintura recalcó su capacidad para compartir discursos con la literatura, reivindicando que podía relatar historias como los mitos clásicos o describir lugares bucólicos como la poesía.
Durero, con abrigo de pieles como un Señor.
Sobran ejemplos; Velázquez sale autorretratado en Las Meninas como todo un caballero, remarcando que podía vestirse de noble sin mancharse para trabajar, igual que los escritores, mientras que Alberto Durero remarca en su diario de su viaje a Italia cómo le van invitando a fiestas y le tratan como alguien de respeto "a pesar" de ser un pintor. Pero esto no va de la revalorización de las artes plásticas, sino que es un mecanismo que sigue de plena actualidad: 
Hay un concepto que ha ido dando la vuelta este año por Internet que es el de "gordibuena", que según la página que lo inventó sirve para definir a aquellas chicas que "a pesar" de estar gordas, son guapas, están proporcionadas según el estándar dominante y van a la moda, o en definitiva, gordas que "están buenas". Lo ridículo caso ejemplifica perfectamente cómo perdura esta preferencia por abrir el canon que nos excluye para deslizarse dentro y así poder jugar a estar en un lugar superior que la clase en la que se nos ha discriminado, ya sea para decir que somos más inteligentes que los zapateros o más atractivas que otros cuerpos no normativos que no estén proporcionados con nuestro canon.
Basquiat, exponiendo arte callejero en una
galería de paredes blancas, como deber ser.
La paradoja del caso de la pintura es que una vez que rechazó sus propios valores plásticos para jugar en la liga de la escritura, fue pasando, poco a poco, a formar parte del modelo deseado, de la cúspide de la sociedad. Las artes plásticas han llegado a una posición y han empezado a colonizar otros campos que reivindican que pueden compartir características con estas. Así, la cocina quiere entrar en la esfera del arte, al igual que el arte callejero, el cómic o los arreglos florales. De modo que les concedemos el deseo porque somos súpermodernos aplicando estructuras de las artes plásticas(que por cierto, ya dan bastantes problemas ahí) a lugares que hasta ahora no habían sufrido la influencia de estas y adaptamos estas manifestaciones a los códigos de las artes tradicionales. En resumen, musealizamos lo que haga falta y elogiamos la belleza, originalidad y laboriosidad (tópicos tradicionales del arte) de manifestaciones que tienen vocaciones distintas. 
Ferran Adrià, posando con la clásica
postura del intelectual.
La cruzada de Durero continúa plenamente vigente en el momento en el que le concedemos una  Cátedra a la "Flamencología" en la Universidad de Granada (Sí, "-gía", como esa terminación que le damos a las Ciencias). Arrancar una práctica de sus circuitos internos para colocarla en las estructuras académicas denota el poco respeto que tenemos a algo que no se frague desde estas. El Flamenco es patrimonio "a pesar" de no estudiarse en la Universidad y es útil "a pesar" de no dar respuestas exactas como las Ciencias. Esta actitud paternalista no sólo denota nuestro total rechazo a valorar algo con instrumentos que disten de nuestros parámetros hegemónicos sino también tiene una persistente voluntad de insistir, como en el Renacimiento, en lecturas jerárquicas. 



¿Hasta cuándo arte?

El concepto tradicional de arte es como un gobierno del PP, se ataca por todos los frentes externos y hasta sus integrantes parecen empeñados en boicotearlo desde dentro, pero, inexplicablemente, continua a flote, contra viento y marea.
Marcel Duchamp, padre de la modernidad y probablemente el artista más inteligente del siglo XX, se rebeló contra él arrastrando un urinario a una sala de exposición, colocándolo al revés sobre un pedestal y titulándolo "La fuente". Sin embargo, esta euforia de quien finalmente escupe en voz alta algo tan provocativo debió de durarle poco, porque lejos de replantearnos la institución a la que él atacaba decidimos domesticar su rebeldía punk y enseguida nos pusimos a tratar de reescribir los códigos del arte para que esa obra tan incómoda pudiese de algún modo entrar en el molde que habiamos fabricado para ello. Así, a los críticos e historiadores nos faltó tiempo para rebuscar en el viejo baúl del concepto de artista como genio original y hallamos un nuevo poder sobrenatural que adjudicarle: Duchamp, en su infinita genialidad, había señalado con su dedo mágico a un objeto que para nosotros ya pasaba desapercibido, para que, decontextualizándolo de su hábitat natural, pudieramos percatarnos de su valor estético, de la belleza serena de las curvas que lo conformaban. Con esta pirueta, encarrilamos al chico malo del arte en el buen camino, y si cabe, nos apropiamos de toda su energía rebelde para reforzar los conceptos que ya teníamos de obra y artista, del mismo modo que cuando San Francisco de Asís incomodó al Papado, este decidió canonizarlo y tapar con su figura las fisuras que había abierto en el entramado de la Iglesia.
Cajas Brillo de Andy Warhol: ¿Y ahora qué hacemos con esto?
Puesto que íbamos a entrar dentro de su burbuja, dejamos de esforzarnos por salir y empezaron a surgir discrepancias desde los sillones más preciados de la institución artística. Andy Warhol, al que la Historia siempre ha tratado como un frívolo que se dedicaba a hacer apología del consumo y del elitismo artístico, creó, quizás accidentalmente, una nueva contradicción en el campo artístico a la que necesitábamos dar respuesta. De un modo mucho menos violento, Warhol fabricó y pintó cajas hasta lograr una copia idéntica a las cajas de detergente Brillo que podíamos encontrar en cualquier supermercado americano. ¡Qué incómodo! En Duchamp pudimos sacar a superficie cómo había escogido, recolocado, firmado y bautizado a su obra del barco hundido de su rompedora propuesta que jamás llegaría a puerto, pero ¿qué podíamos remover para seguir justificando que esas cajas, idénticas en nombre, aspecto e incluso, en cómo se apilaban sobre el suelo de la galería, a las cajas Brillo del supermercado fueran consideradas otra cosa, un objeto artístico que exponer y por el que pagar cantidades desorbitadas de dinero?
Para mí, lo más triste es que la pregunta, cincuenta años después, siga siendo esa: ¿Cómo lo encajamos en lo que ya tenemos? Cómo esa justificiación implica la alienación de cualquier propuesta subersiva. El caso de Warhol me recuerda a esos niños que no se adaptan en el colegio. En vez de aprovechar para replantearnos qué está mal en una institución para no dar cabida a estos casos, son tratados como un problema aislado, y simplemente tratamos que ellos se amolden de una u otra manera. ¿Por qué seguimos queriendo sostener este modelo de valores tan hegemónicos que conocemos desde hace tanto tiempo y que siempre nos ha servido para discernir entre lo que merece estar en el espacio privilegiado que hemos creado? Supongo que interesa más y es más cómodo seguir jugando al "¿Por qué esto es arte?" que pensar qué valores estamos perpetuando dentro del concepto tradicional de arte y sus instituciones.